Los 4 jinetes del apocalipsis venían montados en bicicletas Benotto
En estos
momentos cuando mi cara sombría refleja tu ausencia flagelante, no hay reposo
en mis adentros y por más que trato de evitar mi triste mueca la melancolía es evidente.
Traquetea el tren mientras dormitan los viajantes y con pulso de maraquero
trato de escribir, despojar mi mente del sufrimiento aunque sea por un instante. Las letras ilegibles, la
tinta que chorrea, las gotas que lavan el texto del papel fino de baja acidez.
Es cuando esas
infames y abominables canciones entonadas por ídolos del pueblo y por divas
muertas con sobrepeso cobran un duro sentido: nadie está a salvo del despecho…
ni del despojo. Quizá la última mirada y las lágrimas que la acompañan, la voz
se quiebra y los mocos no te dejan respirar, las últimas palabras “ya no estaré
ahí”.
Por si los
adioses duran por siempre dejemos un hasta pronto. Por si nunca vuelvo a ver tu
sonrisa tomé esta pobre foto, tus ojos se me quedaron tatuados, pero no sé
dónde, no los encuentro. Mi bella flor de los confines, con mal pulso te dibujo
y te ofendo ya que carezco de mano de artista.
Como si mis
decisiones no hubiesen sido difíciles, como si yo no hubiese sufrido, como si
lo hubiera hecho a propósito…
Al bajar del
tren veo los bandidos que se acercan y pienso en cuan afortunado sería si me
acuchillasen para despojarme de mis casi nulas pertenencias: esta libreta, una
pluma fuente barata, una tarjeta del metro y algo de cambio. Paso sin ser
notado, como si no existiera, como si ya no fuera, como si no tuviese
esencia…Claro, ahora entiendo, es que se quedó contigo.
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