Lo que sea que hay debajo de mí
Mis pies se azotan contra el lodo, o los guijarros, o la nieve o lo que sea que hay debajo de mí. Pese a que el sol cae como lluvia ígnea en mis hombros, muero de frío, como si éste naciera de mis propias entrañas y se propagara fuera de mi cuerpo. Si alguien me tocase, se vitrificaría en una estatua helada.
Mis fuerzas están reducidas a cero, apenas para respirar, ni siquiera para cargar el fardaje que llevo conmigo. Ahí viene la sed pero no hay nada ya, no puedo más que tragar mi saliva, casi inexistente.
Tumbado sobre el césped, o la arena, o la grava, o lo que sea que hay debajo de mí, el cielo vierte una luz amarilla y por instantes morada por las nubes cargadas tormenta, al menos pronto lloverá y el agua me refrescará y podré seguir, echar a andar de nuevo.
Espero inmóvil por lo que parecen horas, las nubes no hacen más que moverse lentas y frotarse unas con otras, inflamando el aire, conjurando los relámpagos. ¿Mi cielo, por qué me has dejado solo a mi suerte? ¿Por qué te he abandonado? Tú que me proveías de lluvia y ahora te rehusas, ahora sólo sordos clamores y cegadoras centellas puedo tener de ti.
Debo seguir andando. Las nubes rompen su formación pero han dejado un eco distante, no hacen sombra, ni son sombra, nada de sombra.
Retumba el trueno, sordo, apagado, remoto; aunque el sudor cae en las piedras, o la hojarasca, o los huesos o lo que sea que hay debajo de mí, aunque mis pasos crean un sonido crujiente, mi cuerpo no hace sombra, ni es sombra, nada de sombra.
Foto: https://www.flickr.com/photos/wykowski/615140382
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